De hombres y langostas by Elizabeth Gilbert

De hombres y langostas by Elizabeth Gilbert

autor:Elizabeth Gilbert [Gilbert, Elizabeth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1999-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 7

«En todas las tandas de huevas de langosta segmentadas, de seguro que uno se encontrará con formas irregulares, y en algunos casos, las que parecen ser anormales son la mayoría».

FRANCIS HOBART HERRICK, La langosta americana: Un estudio acerca de sus costumbres y su desarrollo, 1895

Al final de esa semana Cal Cooley y Ruth volvieron en coche a Rockland, Maine. Llovió todo el tiempo. Se sentó en la parte delantera del Buick, al lado de Cal, y él no paró de hablar. Se burló de ella por la ropa que había llevado toda la semana, y del viaje que hicieron a Blaire’s e imitó de manera grotesca el servilismo de su madre para con la señorita Vera.

—Cállate, Cal —pidió Ruth.

—¿Oh, señorita Vera, le lavo el pelo? ¿Oh, señorita Vera, le limo los callos? ¿Oh, señorita Vera, puedo limpiarle el culo?

—Deja a mi madre en paz —dijo Ruth—. Hace lo que tiene que hacer.

—¿Oh, señorita Vera, me puedo quedar atrapada en un atasco?

—Tú eres peor, Cal. Les besas el culo a los Ellis más que nadie. Te camelas al viejo por un centavo, y bien que le bailas el agua a la señorita Vera.

—Oh, pues yo no lo creo, corazón. Tu madre se lleva el primer premio.

—Que te den, Cal.

—¡Qué bien te expresas, Ruth!

—Que te den, adulador.

Cal estalló en carcajadas.

—¡Eso está mejor! Vamos a comer.

La madre de Ruth les había puesto una cesta con pan, queso y bombones, y Ruth la abrió. El queso era una bola pequeña, blanda y recubierta de cera, y cuando Ruth lo cortó, dejó escapar un olor apestoso, como algo que se estuviera pudriendo en el fondo de una fosa húmeda. Más concretamente, olía como el vómito que hubiese en esa fosa.

—¡Joder! —exclamó Cal.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Ruth, y volvió a meter el queso en la cesta, cerrándola con la tapa. Se tapó la nariz con el borde de la camiseta. Fueron dos medidas inútiles.

—¡Tíralo! —gritó Cal—. ¡Sácalo de aquí!

Ruth abrió la cesta, bajó la ventanilla y tiró fuera el queso. Rodó y rebotó en la carretera tras ellos. Ella sacó la cabeza por la ventanilla, respirando hondo.

—¿Qué era eso? —preguntó Cal—. ¿Qué era eso?

—Mi madre me dijo que era queso de oveja —dijo Ruth, cuando recuperó el aliento—. Es casero. Alguien se lo regaló a la señorita Vera por Navidad.

—¡Quería asesinarla!

—Por lo visto es una exquisitez.

—¿Una exquisitez? ¿Dijo que era una exquisitez?

—Déjala en paz.

—¿Quería que nos comiéramos eso?

—Era un regalo. Ella no lo sabía.

—Ahora entiendo de dónde viene la expresión «cortar el queso»[2].

—Oh, por el amor de Dios.

—No sabía por qué lo decían antes, pero ahora ya lo sé —dijo Cal—. Cortar el queso. Nunca lo había pensado.

—Ya es suficiente, Cal. Hazme un favor y no me hables durante el resto del viaje.

Después de un largo silencio, Cal Cooley dijo, pensativo:

—¿De dónde viene la expresión «tirarse un cuesco», me pregunto?

—Déjame en paz, Cal. Por favor, por el amor de Dios, déjame en paz.

Cuando llegaron al puerto de Rockland, el pastor Wishnell y su sobrino ya estaban allí.



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